miércoles, 10 de junio de 2015

Avalancha (Final)


V




Yo fui a casa de Raquel (como de costumbre) y me largué de allí después de una intensa discusión en la que además de enfadarla, conseguí divertirme. Escuché el chirriar de ruedas y el golpe, y bajé a toda velocidad las escaleras. Me encontré a muchos testigos que habían quedado atrapados, casi trescientas personas, congregados en el stop esperando a que ocurriera la desgracia; y acabó ocurriendo. Aparté a los mirones hasta llegar al foco de la atención, donde los tres adolescentes rodeaban el cadáver de Julián. <<¡Dejadle aire!>> grité varias, pero nadie se apartaba.



—Si se va a recuperar...— Dijo Damián, impasible.

—Esta vez no, Damián, esta vez no...— Dije.



Julián no se movía, tirado en el suelo. Un enorme charco de sangre se había formado bajo el casco cuando llegó Néstor con la ambulancia. El auxiliar se bajó del vehículo y se acercó más rápido que de costumbre. Me encargué de avisar a la señorita Laura de que le dijera a Néstor de que, en este día, urgía su presencia. Sacó la camilla y le ayudé a colocarlo. Lo montamos por la parte trasera y se marcho a toda velocidad al hospital más cercano. Nunca salió de allí.





Cuando Héctor y Bruno llegaron, tomaron declaración a todos los presentes una vez más, y por radio recibieron el mensaje de que Julián murió minutos después de entrar en el hospital. Todos estaban extrañados a pesar de que aún actuaban con normalidad. No aceptaban la muerte de Julián como una realidad y contestaban a los policías como si se tratara del juego de cada día.

Pero algunas de las declaraciones variaron, y dieron pistas sobre el vehículo que provocó la muerte del joven. Susana aseguró que era un coche verde oscuro y estaba convencida de que conocía la marca y el modelo. Los adolescentes habían anotado la matrícula y se la dieron a los agentes. Horas más tarde se confirmó que el conductor era Alberto, el amigo de Julián, el que con su propio coche provocó el accidente.



Al día siguiente regresó la normalidad a sus vidas, retomadas en el mismo día donde llevaba tantos años estancada; pero Alberto era un asesino y Julián, su víctima. Durante años estuvo cogiendo el coche de su amigo para adelantarse en la tienda y comprar el hielo, demostrándole que no le había podido engañar con la excusa de la gasolina, hasta que Julían no olvidó la llave. Ese día cogió su coche y a toda velocidad salió a comprar hielo para comenzar la fiesta que Julián se perdería en su propia casa.

Carmen abortó, era algo que tenía muy decidido; quería tomar las riendas de su vida, porque era su vida. Los tres adolescentes habían madurado tanto en esos veinte años que fueron alumnos aventajados en todo lo que aprendieron. Gori se recuperó del estómago, y Susana nunca más volvió a ver a esa amiga; también atrapada desde que un día Susana le hiciera ver el accidente. Rosario volvió a confundirse con el teléfono toda su vida, y Nuria cargó con la cruz. A Rogelio le aburrían los programas nuevos de televisión y empezó a salir a la calle; pero siempre con sultán al lado. Laura dejó el trabajo de operadora y fue a buscar a Rogelio, cuya voz le atraía; lástima que se encontró con un hombre extremadamente feo y que pasaba los cincuenta. Néstor no volvió a arrastrar a nadie. Los policías hicieron el informe más completo que se vio en la historia de la comisaría, y no hubo dudas a la hora de sentenciar a Alberto; a pesar de que todos sabían que era un accidente. Sólo eso.

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