miércoles, 10 de junio de 2015

Avalancha (III)


III




Habían necesitado localizar a Julián en varias ocasiones para investigar, y sabían dónde encontrarlo, así que ya estaba avisado para que al recibir el alta, se pasara por el stop, como llamaban a la esquina del accidente. Cuando hice la afirmación en la que insinuaba saber algo que ellos no sabían, apareció Julián sin ningún rasguño. Los demás le contaron quien era yo, y él también se mostró curioso por el hombre misterioso que acababa de llegar a su día, ese que decía tener la teoría de que se había cometido un asesinato. Julián me llamó loco antes de saludarme y yo sonreí. <<¿Estás bien?>> Le dije después de sujetarle con mis manos el cuello, con dulzura inapropiada para un desconocido. Julián se sorprendió de mi gesto afectivo y afirmó levemente con la cabeza. <<¡Menudo susto me has dado, chaval!>>, le dije al joven con media sonrisa.



—¿Cómo un asesinato?— Me preguntó. —No ha muerto nadie.

—Ya, eso parece. Me han dicho que ibas a comprar hielo en la moto de un amigo.

—Sí, me dijo.— La conversación se volvió personal y la mayoría dejaron de atender al instante. Poco a poco el resto se fue apartando y despidiendo, hasta que quedamos solos. Pero antes hablamos mucho.



—¿Y cómo quedó la moto? De eso no me han dicho nada.

—Pfff... Alberto se cogió un mosqueo del carajo. Y eso que sólo fue un arañazo, pero es que estaba a estrenar.

—¿Y ahora qué hace?

—Después del accidente siempre sale a por hielo y lo trae para que mis amigos se emborrachen en mi propia casa. Menuda panda de hijos de puta.

—¿Ellos también están atrapados?

—Sí, sólo ellos. De hecho están desde el primer día, como los niños, Néstor o los estupas.

—Supongo que habrás probado a que otro vaya a por hielo o comprarlo antes.— El chico rió.

—Hemos probado tantas cosas...— Díjose cuando acabó de burlarse de mí.— Mira, cuando no voy yo, se cae el que va. Cuando compran hielo de camino a la fiesta, se derrite antes de llegar a la casa. Cuando no vamos, el día se repite igual... es imposible evitarlo.

—¿Cómo se repite?

—Yo acabo teniendo un golpe y acabo en el hospital, incluso pasando por el stop con una ambulancia que conduce Néstor. Pero nunca lo recuerdo, el golpe más leve suele ser con la moto, que me despierto por la tarde... ¡En los otros ni despierto!

—¿Y por qué siempre vas tú en la moto, si puede caerse otro?

—¿Porque está claro que el tiempo prefiere que el golpe me lo lleve yo? No se... por decir algo. Los demás no van a ir más...., sólo han probado una vez.

—Pues si que está jodido. ¿Y por qué fuiste la primera vez en la moto de tu amigo... Alberto?

—Porque era nueva, la quería probar, y mi coche estaba apenas sin gasoil, o eso le dije para que me la dejara. Accedió y... desde entonces. Yo no puedo decirte desde cuando. Laura dice que llevamos al menos veinte años atrapados.

—Pues vaya... ¿De qué color es tu coche?

—Gris oscuro, metalizado; ¿qué tiene que ver mi coche?

—Por saberlo, creo que te vi alguna vez por ahí.

—Ah... Pues hace más tiempo del que tú te crees.— Me dijo. Los dos nos reimos. En verdad parecía que había cumplido la veintena recientemente, pero su madurez era algo mayor que su apariencia. ¿Cómo le había enseñado tanto un mismo día? En cualquier caso me despedí de él como si fuera la última vez que lo fuera a ver.


Los demás se despidieron de mí y de Julián a cuentagotas, y cuando ibamos por la mitad de la charla, ya no había nadie más en el stop. Cada uno se fue de allí seguro de que mañana volverían a verse. Yo aún no tenía esa sensación, pero pronto la conocería.

Me desperté y empecé a conocerla, un deyavú constante que poco a poco me fue atrapando en su cinismo. Todo era como el día anterior, incluso sentía esa pelusilla de ir a ver a Raquel como la sentí el día de ayer, a pesar de que un poco más tarde también acabamos cortando.

Me hice tostadas con mermelada en esta ocasión, pero eso no hizo que nada variara. En cambio reconocí a Rogelio de camino a casa de Raquel, al que no vi el día anterior, sentado en el bordillo donde golpearia el chico. Me saludó y le dije que iba a mis obligaciones, él me sonrió cómplice; no le conté el final de la cita a ninguno de ellos. Por la calle todo ocurrió como debía ocurrir, y Raquel me recibió con el mismo saludo que el día de ayer. Sabía qué debía decirle, y qué no, y estaba seguro de que eso me serviría para estar con ella y que nuestro amor perdurara.

A pesar de todo, a la misma hora que el día anterior, yo estaba saliendo de su casa con un adiós para siempre que no pude evitar. Escuché un fuerte golpe después de un chirriar de ruedas al empezar a bajar las escaleras, y entonces pensé si volver a llamar otra vez a la puerta, a insistir en su timbre hasta que latiera en su propio...¡Bah! Lo hice. Desatendí al malherido Julián y volví a llamar a la puerta. Al otro lado, Raquel estaba con lágrimas en la cara. La abracé en cuanto abrió y absorví el líquido salado que manaba de sus ojos. Hicimos el amor durante casi todo el día, y el tiempo que no estuvimos follando lo pasamos hablando desnudos sobre el colchón. Cuando me fui de su casa, ya bastante anochecido, no quedaba nadie en el stop.



Acostado en mi cama, pensando en el día, me di cuenta de que Raquel, y muy a pesar de lo que disfrutabamos juntos, no era la mujer que necesitaba a mi lado, y yo no podía fingir ser el que ella necesitaba. Discutíamos por una razón muy sencilla: no es ella, ni yo soy él. Entonces supe que lo que realmente debía hacer al empezar a bajar las escaleras era acudir al stop, además de que ya había quedado "atrapado por el tiempo", como los habitantes de aquel día llamaban al suceso.

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