III
Habían necesitado localizar a
Julián en varias ocasiones para investigar, y sabían dónde
encontrarlo, así que ya estaba avisado para que al recibir el alta,
se pasara por el stop, como llamaban a la esquina del accidente.
Cuando hice la afirmación en la que insinuaba saber algo que ellos
no sabían, apareció Julián sin ningún rasguño. Los demás le
contaron quien era yo, y él también se mostró curioso por el
hombre misterioso que acababa de llegar a su día, ese que decía
tener la teoría de que se había cometido un asesinato. Julián me
llamó loco antes de saludarme y yo sonreí. <<¿Estás bien?>>
Le dije después de sujetarle con mis manos el cuello, con dulzura
inapropiada para un desconocido. Julián se sorprendió de mi gesto
afectivo y afirmó levemente con la cabeza. <<¡Menudo susto me
has dado, chaval!>>, le dije al joven con media sonrisa.
—¿Cómo un asesinato?— Me
preguntó. —No ha muerto nadie.
—Ya, eso parece. Me han dicho
que ibas a comprar hielo en la moto de un amigo.
—Sí, me dijo.— La
conversación se volvió personal y la mayoría dejaron de atender al
instante. Poco a poco el resto se fue apartando y despidiendo, hasta
que quedamos solos. Pero antes hablamos mucho.
—¿Y cómo quedó la moto? De
eso no me han dicho nada.
—Pfff... Alberto se cogió un
mosqueo del carajo. Y eso que sólo fue un arañazo, pero es que
estaba a estrenar.
—¿Y ahora qué hace?
—Después del accidente
siempre sale a por hielo y lo trae para que mis amigos se emborrachen
en mi propia casa. Menuda panda de hijos de puta.
—¿Ellos también están
atrapados?
—Sí, sólo ellos. De hecho
están desde el primer día, como los niños, Néstor o los estupas.
—Supongo que habrás probado a
que otro vaya a por hielo o comprarlo antes.— El chico rió.
—Hemos probado tantas
cosas...— Díjose cuando acabó de burlarse de mí.— Mira, cuando
no voy yo, se cae el que va. Cuando compran hielo de camino a la
fiesta, se derrite antes de llegar a la casa. Cuando no vamos, el
día se repite igual... es imposible evitarlo.
—¿Cómo se repite?
—Yo acabo teniendo un golpe y
acabo en el hospital, incluso pasando por el stop con una ambulancia
que conduce Néstor. Pero nunca lo recuerdo, el golpe más leve suele
ser con la moto, que me despierto por la tarde... ¡En los otros ni
despierto!
—¿Y por qué siempre vas tú
en la moto, si puede caerse otro?
—¿Porque está claro que el
tiempo prefiere que el golpe me lo lleve yo? No se... por decir algo.
Los demás no van a ir más...., sólo han probado una vez.
—Pues si que está jodido. ¿Y
por qué fuiste la primera vez en la moto de tu amigo... Alberto?
—Porque era nueva, la quería
probar, y mi coche estaba apenas sin gasoil, o eso le dije para que
me la dejara. Accedió y... desde entonces. Yo no puedo decirte desde
cuando. Laura dice que llevamos al menos veinte años atrapados.
—Pues vaya... ¿De qué color
es tu coche?
—Gris oscuro, metalizado; ¿qué
tiene que ver mi coche?
—Por saberlo, creo que te vi
alguna vez por ahí.
—Ah... Pues hace más tiempo
del que tú te crees.— Me dijo. Los dos nos reimos. En verdad
parecía que había cumplido la veintena recientemente, pero su
madurez era algo mayor que su apariencia. ¿Cómo le había enseñado
tanto un mismo día? En cualquier caso me despedí de él como si
fuera la última vez que lo fuera a ver.
Los demás se despidieron de mí
y de Julián a cuentagotas, y cuando ibamos por la mitad de la
charla, ya no había nadie más en el stop. Cada uno se fue de allí
seguro de que mañana volverían a verse. Yo aún no tenía esa
sensación, pero pronto la conocería.
Me desperté y empecé a
conocerla, un deyavú constante que poco a poco me fue atrapando en
su cinismo. Todo era como el día anterior, incluso sentía esa
pelusilla de ir a ver a Raquel como la sentí el día de ayer, a
pesar de que un poco más tarde también acabamos cortando.
Me hice tostadas con mermelada
en esta ocasión, pero eso no hizo que nada variara. En cambio
reconocí a Rogelio de camino a casa de Raquel, al que no vi el día
anterior, sentado en el bordillo donde golpearia el chico. Me saludó
y le dije que iba a mis obligaciones, él me sonrió cómplice; no le
conté el final de la cita a ninguno de ellos. Por la calle todo
ocurrió como debía ocurrir, y Raquel me recibió con el mismo
saludo que el día de ayer. Sabía qué debía decirle, y qué no, y
estaba seguro de que eso me serviría para estar con ella y que
nuestro amor perdurara.
A pesar de todo, a la misma hora
que el día anterior, yo estaba saliendo de su casa con un adiós
para siempre que no pude evitar. Escuché un fuerte golpe después de
un chirriar de ruedas al empezar a bajar las escaleras, y entonces
pensé si volver a llamar otra vez a la puerta, a insistir en su
timbre hasta que latiera en su propio...¡Bah! Lo hice. Desatendí al
malherido Julián y volví a llamar a la puerta. Al otro lado, Raquel
estaba con lágrimas en la cara. La abracé en cuanto abrió y
absorví el líquido salado que manaba de sus ojos. Hicimos el amor
durante casi todo el día, y el tiempo que no estuvimos follando lo
pasamos hablando desnudos sobre el colchón. Cuando me fui de su
casa, ya bastante anochecido, no quedaba nadie en el stop.
Acostado en mi cama, pensando en
el día, me di cuenta de que Raquel, y muy a pesar de lo que
disfrutabamos juntos, no era la mujer que necesitaba a mi lado, y yo
no podía fingir ser el que ella necesitaba. Discutíamos por una
razón muy sencilla: no es ella, ni yo soy él. Entonces supe que lo
que realmente debía hacer al empezar a bajar las escaleras era
acudir al stop, además de que ya había quedado "atrapado por
el tiempo", como los habitantes de aquel día llamaban al
suceso.
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