I
Ningún testigo sabía quien fue el piloto del coche oscuro que se
saltó el stop, a pesar de que la primera vez el accidente lo vio al
menos una decena. Ni marca, ni matrícula. Julián conducía una moto
de cuatro tiempos que su amigo Alberto le prestó para comprar
hielos; habían organizado una reunión de amigos en casa de Julián
en la que no faltaría el alcohol. Pero sí faltó Julián que, salió
disparado tras esquivar al coche que se había saltado el stop, se
golpeó la cabeza contra el bordillo; el joven llevaba un casco
integral, eso pudo salvarle.
Carmen paseaba a Iker, su pequeño primogénito, cuando escuchó el
agudo chirriar de un neumático frenando y, cuando miró, vio a
Julián en el aire en el instante antes de caer. Carmen estaba en
cinta, pero ella no lo sabía aún. Tapó los ojos a Iker, que giró
su cabeza donde dirección al accidente que acababa de ocurrir. El
ruido no fue tan fuerte como para atraer la atención de Iker,
porque paseaba con Carmen de la mano por un jardín paralelo a una
autopista y también a la calle donde se produjo el accidente, pero
sí que se le quedó en la mente ese grito de auxilio del neumático
abrasándose por culpa del asfalto.
Antes de que Carmen viera volar a Julián, desde la acera de
enfrente ya gritaba César, un niño de quince años que estaba
reunido con sus amigos en el mismo portal de su casa. Él alertó a
Guillermo y Damián, y los tres adolescentes fueron los primeros en
acudir hasta el joven que había quedado inmóvil en el suelo.
Ninguno se atrevió a tocarle, puesto que todos sabían del peligro
de quitarle el casco a un herido en accidente de tráfico. Damián se
encargó de recordar la advertencia de seguridad vial y, cuando
estaban lo suficientemente cerca, vieron unas gotas de sangre que
caían del casco y empezaban a formar un charco en el suelo, ya nadie
se atrevió a tocarlo aquella vez hasta que llegó la ambulancia.
Susana paseaba al perro por primera en el día, a pesar de que ya se
acercaba la hora de comer. Gori olisqueó todos los árboles de la
manzana y en los que no orinó, al menos dejó unas gotitas. A Susana
le preocupaba de que ayer no hubiera hecho caca, y en eso pensaba
durante el paseo tardío. Estaba a unos metros de los chicos que
acudieron al lugar del accidente, a ese que ella no prestó atención
y que aunque los vio correr, estaba más pendiente de su perro Gori,
que intentaba escarbar en el pedreado de la esquina donde el joven
golpeó. Susana no vio al coche oscuro, y tampoco vio al tumulto de
gente que se arremolinó junto al motorista herido hasta que Gori no
decidió curiosear aquella zona. Tenía una resaca que le había
dejado los sentidos anestesiados.
Las bolsas del supermercado le pesaban a Doña Rosario, pero cuando
vio una moto resbalando por la calle y a tres niños corriendo y
pidiendo ayuda, relacionó conceptos y soltó las bolsas. Se llevó
la mano al bolso que le colgaba del hombro, y buscó entre la
cartera, las llaves, monedas, el monedero, sobres de azúcar y
papeles, el móvil. Para cuando Doña Rosario marcó el cero, Susana
ya se había acercado al herido, y otras dos personas más que ya
hablaban con sus teléfonos, más otro que fotografiaba desde la
acera de enfrente. Doña Rosario marcó el nueve rápido, cerca del
cero, tanto que marcó también el ocho. Intentó borrarlo como le
enseñó su hija Nuria, pero se hizo un lío y quiso bloquear el
móvil y volverlo a desbloquear. Lo apagó y tardó en reiniciarse un
buen rato. Cuando acabó de llamar a la policía, ya había llegado
la ambulancia.
El primero en contactar con los servicios de emergencias fue
Rogelio. Se alteró tanto con la telefonista que llegó a insultar
sus capacidades laborales. Laura, la señorita que estaba al otro
lado del teléfono, estaba acostumbrada a tratar con todo tipo de
personas, y aguardó recabando toda la información que podía. Ella
alertó a la central de ambulancias y a las autoridades locales.
Néstor, el conductor de la ambulancia, estaba con el vehículo
cerca de la zona; a punto de empezar con el servicio. No llegó a
tardar más de cuatro minutos desde que lo avisaron. En el lugar, la
ambulancia no llegó a permanecer más de quince minutos. Se fue sin
que se hubiera presenciado ningún coche patrulla.
Así fue la primera vez.
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