miércoles, 17 de junio de 2015

Hugo, la tortuga.


La tortuga es conocida por muchas cosas: la antigüedad en la tierra, su longevidad, el enorme caparazón que le protege de cualquier depredador, la paciencia, o su tranquilidad. Pero es su movimiento rítmico hipnotizador el que tiene al gato Paul con un estado tensional alterado en todo momento.

Está decidido, atacará de un momento a otro; o tal vez no. Paul es impredecible. Sigue a su instinto más que a cualquier otra cosa, porque es un gato y, como felino, actúa en consecuencia. Ya olvidó a Desiré, y eso que sólo hace dos días que no se pasea junto a él, por las copas de los árboles, evitando a Carrie, el pastor alemán que no sabe morder, ni puede arañar, pero lo intenta.

Carrie se desolló las palmas de las patas delanteras de tanto rozarlas con el árbol preferido de Paul, pero desde que desapareció Desiré, el interés de Carrie por Paul se desvaneció. Ahora Carrie prefiere jugar con la tortuga, y como un felino, se cree esconder en unas hierbas altas, y pretende sorprenderla, pero el tamaño del pastor alemán desvela su posición; se le pueden ver hasta los pensamientos.

La tortuga se llama Hugo, pero no tiene ni amigos ni familia, por eso nadie lo sabe. Tampoco le importa que no sepan su nombre. Desde hace muchos años, para Hugo no existe otra cosa que subsistir y perseguir caracoles. Según Hugo, los caracoles son fantasmas que pueden moverse a gran velocidad, desaparecer si se lo proponen, y desprenden un aroma a plancton que no puede dejar de perseguir.



¡Raaash! Paul se abalanzó sobre Hugo, pero la tortuga se introdujo en su caverna inviolable, desapareciendo a ojos de todos. Paul no esperaba que ese extraño animal fuera tan poderoso. Su movimiento lento le hacía parecer torpe, embargo Paul perdió un par de uñas en el ataque, además de sentir un fuerte dolor en sus dedos.

En un visto y no visto, Paul ya estaba en el mismo lugar seguro desde donde inició el ataque. Le caían lágrimas de los ojos, muy abiertos y centrados en el escudo de la tortuga. No sabía diferenciar si lloraba por orgullo o por dolor, pero volvería a intentarlo, y antes de salir de allí habría ejecutado su venganza; le habría dado un zarpazo.



—Eres muy lenta... ¡Algún día te cogeré!— Rezongó Paul. La tortuga sacó un poco la cabeza para ver al gato. Las palabras sonaban tan lejanas que no parecía existir peligro.

—No eres tan rápido.— Contestó Hugo.

—¿Cómo te llamas?— Preguntó Paul.

—Da igual.

—Pues Daigual, en cuanto menos te lo esperes, te llevarás un zarpazo.

—Tampoco te queda aquí tanto tiempo.— Respondió Hugo.

—Pero aún estoy aquí. ¿No deberías temerme? ¿Aunque sólo fuera un poco?

—No eres el primer gato que intenta atraparme.

—¿Ninguno lo consiguió?

—¿Es que no ves los arañazos que tengo en el lomo?

—Pero eso es duro, no te duele...

—También es parte de mí... ¡me atacas! ¿No es suficiente para provocar dolor?

—¿Y qué esperas que haga? Estás ahí... y yo aquí. Somos lo que somos. Tú también me has hecho daño.

—¿Yo? ¿Y por qué?— Preguntó Hugo.



A Hugo no le sentó bien que le dijeran eso. Sólo comía plantas, nada que fuera o pudiera ser del reino animal. No creía capaz de hacer daño a nada, ni tan siquiera a los caracoles que perseguía. De hecho aún no alcanzó ninguno, pero el día que lo hiciera, tendría que improvisar, porque no se le ocurrió pensar en qué debía hacer con ellos. Tal vez hablar, como ahora.



—Me he abalanzado y tu caparazón me ha roto varias uñas y me ha lastimado las patas.

—Lo siento... Pero esas uñas me habría provocado aún mas dolor.

—Yo sólo quiero tocarte...

—¿De verdad? ¿No quieres arañarme?— Se extrañó Hugo.

—Bueno... si te soy sincero, prefiero arañarte,— Paul rió,— pero con tocarte me basta.



En realidad Paul pensaba algo muy distinto. Cuando tocaba a alguien, Paul mostraba su confianza, momentánea y fugaz, que desde la primera vez le creaba un vínculo. No pensaba arañarle; después de hablar con él, ni siquiera le apetecía. Hugo, experto en el lenguaje corporal de los gatos, observó sinceridad y salió del cascarón sin miedo de Paul.



—¿Cómo te llamas?— Dijo Hugo.

—Paul.— Respondió el gato.

—Encantado, Paul, mi nombre es Hugo. Te dejo que me toques sólo una vez, si prometes no volver a interrumpirme.— Paul bajó de la rama en la que estaba recostado sin aceptar. Se acercó sigiloso, y asustó a Hugo que fue introduciendo sus patas poco a poco.

—Tranquilo, Hugo. Por mucho que me apetezca, no te haré daño.— Dijo Paul sin dejar de acercarse, con una sonrisa en la boca.



La tortuga estiró cabeza y extremidades, y se dejó hacer por el gato, que aún no había decidido la parte  que tocaría. Se paseó por la cola, que con un movimiento altanero le provocó excitación. Fue por la parte derecha, saltando por encima de sus patas y llegó a la cabeza. Se cruzaron las miradas, y algo hizo a Paul temer lo peor cuando soltó un zarpazo en la cara de Hugo, desgarrándole a pocos centímetros de los ojos. Paul huyó hasta la rama de nuevo, maullando aterrorizado. No recordaba comportarse así, nunca, hipócrita, como un gato.

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